Entre 1870 y 1920, dos ideas fundamentales se introdujeron en
este campo, primero bajo la influencia del ruso Beaudoin de
Courtenay, después bajo la del suizo Saussure: por un lado, el
lenguaje está compuesto por elementos discontinuos, los
fonemas; por otro, el análisis lingüístico permite obtener sistemas,
es decir conjuntos regidos por una ley de coherencia interna y en
los cuales, por consiguiente, los cambios que sobrevienen en una
parte provocan necesariamente otros que son pues previsibles. Es
sabido que, a través del pensamiento del ruso Trubetzkoy y la
obra internacional de sus continuadores (Jakobson, Benveniste,
Sapir, Bloomfield, Hjelmslev, Sommerfelt y muchos otros), estos
principios dieron origen a la lingüística estructural. Ésta se funda
en el carácter discontinuo de los elementos microscópicos de la
lengua, los fonemas (cuya primera definición hay que atribuir, sin
duda, a los gramáticos indios de la edad media), ante todo para
identificarlos, luego para determinar las leyes de su coexistencia
recíproca. Esas leyes presentan un grado de rigor enteramente
comparable a las leyes de correlación que encontramos en las
ciencias exactas y naturales. (p.10)
La lingüística estructural, entonces, se articula como ciencia por la
necesidad epistemológica de recrear las leyes que rigen el mundo de los
signos del lenguaje y un supuesto de verificación. Momento que se
inscribe en la filosofía de la ciencia positivista que, por la época, se había
establecido como el paradigma rector de la racionalidad científica. De
modo que, por ejemplo, la dicotomía saussureana lengua-habla puede
analizarse en términos analíticos a través de distintas técnicas y
dispositivos; mientras la lengua se corresponde a ‘interpretaciones
mecanicistas y estructurales’, el habla precisa del ‘cálculo de
probabilidades’. “Por primera vez en la historia de las ciencias humanas,
llega a ser posible, como en las ciencias exactas y naturales, montar
experiencias de laboratorio y verificar empíricamente las hipótesis”. (Lévi-
Strauss, 1970, p.11)
El estatuto científico atribuido a la lingüística, por la lógica técnica –
especialmente matemática- utilizada para el análisis y descripción del
objeto, le permite pasar de una teoría a una ciencia del lenguaje. Es decir,
la lingüística se convirtió en ciencia cuando la comunidad científica, en un
momento de reorganización de sus prácticas y de sus investigaciones,
supone la necesidad de hacer pensable un hecho de la realidad, hasta
entonces considerado para-científico, y, por tanto, reinventa las lógicas de
producción y dilucidación de sus objetos. A este acontecimiento, Thomas
S. Kuhn (2004) lo denominó ‘revolución científica’, pue “rompen la
tradición a la que está ligada la actividad de la ciencia normal” (p.27).
Desde este sentido, el estructuralismo lingüístico fue un paradigma de
las ciencias del lenguaje, que al cambiar las reglas de la práctica científica
se constituyó en la unidad lógica-atómica de un campo del saber. Kuhn
(2004) afirma que “para ser aceptada como paradigma, una teoría debe
parecer mejor que sus competidoras; pero no necesita explicar y, en
efecto, nunca lo hace, los hechos que se puedan confrontar con ella”.
(p.44) En otras palabras, cuando el Curso de lingüística general (1945) de
Saussure inicia con la ‘Ojeada a la historia de la lingüística’, más que
afirmarse las fuentes, se demarcan los límites de las teorías anteriores y
se sitúa a la nueva teoría como la ‘ciencia de los hechos de la lengua’. A