Para cumplir con tales fines se han desarrollado varios programas y series de
Educación Ambiental para incorporarlos al currículo de la educación básica y
del bachillerato, y como ejes temáticos ambientales en el currículo universitario
y no como ejes de formación, lo que limita la promoción el pensamiento crítico y
la puesta en práctica a la resolución de problemas, sociales, ambientales y
económicos, es decir, en pleno siglo XXI todavía no llegamos a una educación
con un real enfoque ambiental y peor aún con enfoque hacia el desarrollo
sostenible, el énfasis sigue orientándose exclusivamente en atender las
capacidades o destrezas individuales, o en preparar profesionales para el
mercado, descuidando en el corazón del acto educativo los problemas de la
sociedad, perdiendo la oportunidad de fomentar la responsabilidad colectiva y el
carácter transformador y liberador sobre temas sociales, ambientales y
económicos y limitando a la EA a perpetuarse como un eje transversal educativo
y no como un eje social hacia una genuina educación para el desarrollo
sostenible (Novo, 2009).
La Educación Ambiental debe constituirse en una verdadera educación que
promueva la sostenibilidad, considerando que el concepto de sostenibilidad
incluye no sólo la búsqueda de la calidad ambiental, sino también la equidad y la
justicia social como criterios y valores que es preciso contemplar en los procesos
de formación (Aznar Minguet, 2009, pág. 221). Para nuestra realidad
ecuatoriana, estos procesos formativos dejan atrás el real compromiso de
cambio en el comportamiento ambiental de los estudiantes, y de la sociedad en
general (Solano, David; UNESCO) y por tanto sigue siendo difícil entender que
la EA no ha superado la barrera de la transversalidad, a pesar que en la práctica
educativa se la incorporado al currículo en varias modalidades como simples
recursos y no como un principio didáctico articulador de diferentes elementos
curriculares. (Martínez Castillo, 2012, p. 72).
El concepto de sostenibilidad es producto del Informe de la Comisión Bruntland del
año 1987, (Naciones Unidas, 1987) y define el término de “Desarrollo sostenible” como
“el desarrollo que satisface las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de
las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades”. Para (Pérez, 2005), la
Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014), de la última década promovida
por la UNESCO, responde a las llamadas de atención de los especialistas y de la
ciudadanía en general sobre la gravedad de los problemas a los que se enfrenta hoy la
humanidad y que obligan a hablar de una real emergencia planetaria; este ha sido el
discurso, incluso, de muchas décadas atrás, y que hasta ahora no se ha hecho eco ni
en la ciudadanía ni en los actores políticos y grupos sociales de poder.
La visión global de la problemática ambiental dada la gravedad de los actuales
procesos relacionados con el medio ambiente, debe apoyarse en la Educación para el
Desarrollo Sostenible a través de distintas formas de aplicabilidad para resolver los
problemas ambientales según cada cultura, muchas de las cuales se centran en los
principios y valores que subyacen al desarrollo sostenible, considerando los tres ámbitos
de la sostenibilidad (medio ambiente, sociedad y economía) con una dimensión
profunda de cultura, de modo que las condiciones ambientales, sociales y económicas
únicas de cada localidad se reflejen en los procesos de enseñanza y aprendizaje en las
escuelas locales. (UNESCO, 2012, pág. 35), con técnicas pedagógicas que promueven
el aprendizaje permanente y participativo, de tal manera que la EDS se constituya desde
el punto de vista de la interdisciplinariedad, no en una mera disciplina, sino que todas
las disciplinas pueden contribuir a la Educación para el desarrollo sostenible.
La UNESCO ha realizado trabajos sobre Educación para el desarrollo
sostenible, evaluación de retos y oportunidades del decenio 2005-2014, (Carvo,