Bajo estas premisas debemos entender que la Educación Ambiental (EA),
definida como “…el proceso que consiste en reconocer valores y aclarar
conceptos con el objeto de fomentar las actitudes necesarias para comprender
y apreciar las interrelaciones entre el hombre, su cultura y su medio biofísico...”,
entraña la participación en la toma de decisiones y en la propia elaboración de
un código de comportamiento con respecto a las cuestiones relacionadas con la
calidad del medio ambiente” (UNESCO, 1977)
Pero ¿cuál es el verdadero papel que cumple la educación frente a la
problemática ambiental en los currículos escolares para que estos cambios sean
reales y efectivos?, toda vez que seguimos relacionando educación y ambiente
como una condición exclusiva de transversalidad que muchas veces está alejada
o restringida al ámbito escolar, y concebida como una disciplina independiente
del resto de las áreas curriculares, o simplemente destinada a un área de
especialidad, lo que supone que la práctica social integradora y transformadora
es lejana y poco contribuye al cambio de comportamiento manteniéndose
distante al enfoque de la Educación para el Desarrollo Sostenible, tanto en los
currículos escolares, cuanto en el currículo universitario, a pesar que la
problemática ambiental incumbe a toda la ciudadanía y está presente en todos
los ámbitos y etapas de la vida de los estudiantes.
Para conocer la relación entre educación y Educación Ambiental es
necesario remontarse hacia el año de 1972, cuando se realizó la primera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano,
efectuada en Estocolmo, que reconoce la responsabilidad que las personas
tenemos en relación a la mejora en la calidad de vida, la protección, manejo y
buen uso de los recursos de la tierra, y la prevención y disminución de la
contaminación y la destrucción del medio natural a través de la educación, esta
y otras acciones educativas proambientales han recorrido un largo camino, que
se ve plasmado veinte años después en la Cumbre para la Tierra de 1992, a
través del Programa de la Agenda 21, un plan de acción global sin precedentes
a favor del desarrollo sostenible, que se cristalizó con la Cumbre de
Johannesburgo mediante la adopción de medidas concretas que identificaron
objetivos cuantificables para una mejor ejecución del programa y de las políticas
y acciones a favor del ambiente, en las que se destaca la importancia de la
educación como el factor de cambio en pro de la mejora de calidad de vida.
(Sostenible, 2002)
La Educación Ambiental como proceso de aprendizaje permanente, es el
pilar de la Educación para el Desarrollo Sostenible, y se basa en el respeto de
todas las formas de vida, afirma valores y acciones que contribuyen a la
transformación humana y social para la preservación ecológica, estimula la
formación de sociedades socialmente justas y ecológicamente equilibradas, que
conservan entre sí la relación de interdependencia y diversidad con
responsabilidad individual y colectiva en el ámbito local, nacional y planetario…”
(OIKOS , 1998, pág. 7); de allí la importancia que tiene en el quehacer educativo,
donde el proceso de inter aprendizaje es continuo y permanente y dura toda la
vida y cuya meta principal es impartir en los grupos de educación formal, no
formal e informal, comportamientos y conciencia ambiental, conocimiento
ecológico, actitudes, valores, compromiso para acciones y responsabilidades
éticas para el uso racional de los recursos con el propósito de lograr un desarrollo
adecuado y sustentable. (UNESCO, 2009).