Julio - diciembre 2020
Vol. 4, No. 9
ISSN 2602-8247
https://doi.org/10.53877/rc.4.9.20200701.01
http://retosdelacienciaec.com
mcrevistas@gmail.com
VULNERABILIDAD Y RESILIENCIA DE LAS CUIDADORAS
FAMILIARES EN MEDIO DE LA PANDEMIA DE LA COVID-
19 EN EL MUNICIPIO DE GUISA, PROVINCIA DE GRANMA,
REPÚBLICA DE CUBA
VULNERABILITY AND RESILIENCE OF FAMILY
CAREGIVERS IN THE MIDST OF THE COVID-19 PANDEMIC
IN THE MUNICIPALITY OF GUISA, PROVINCE OF
GRANMA, REPUBLIC OF CUBA
Yanelys Taset Álvarez
1
Alisa Natividad Delgado Tornés
2
Diurkis Madrigal León
3
Recibido: 2020-02-25 / Revisado: 2020-04-12 / Aceptado: 2020-05-01 / Publicado: 2020-07-01
RESUMEN
La pandemia de la COVID-19 ha creado nuevas coordenadas de acción e
investigación social, por ello, hoy existe un amplio interés entre los cientistas sociales
para analizar algunos aspectos de la crisis que a nivel social la misma provocado, por
lo que, nos proponemos argumentar desde una perspectiva cultural la vulnerabilidad
y resiliencia de las cuidadoras familiares en medio de la pandemia de la COVID-19
en el Municipio de Guisa, Provincia Granma, República de Cuba. Se considera a las
cuidadoras familiares un grupo vulnerable, en tanto persisten situaciones
socioculturales asociadas al cuidado, dada la percepción que presentan de sentirse
desconcertadas, sobrecargadas, atrapadas y excluidas. Sin embargo, estas son
1
Licenciada en Psicología. Máster en Desarrollo Cultural Comunitario. Profesora Auxiliar Departamento de Gestión
Sociocultural para el Desarrollo (GSPD). Doctoranda en Ciencias Sociológicas. Universidad de Granma. Granma-
Cuba. Email: nefty@nauta.cu / https://orcid.org/0000-0002-9446-4839
2
Licenciada en Ciencias Políticas. Doctora en Ciencias Filosóficas. Profesora Titular Departamento de Gestión
Sociocultural para el Desarrollo (GSPD). Universidad de Granma. Granma-Cuba. Email: adelgadot@udg.co.cu
alisadelgado@nauta.cu / https://orcid.org/0000-0001-9061-2585
3
Licenciada en Sociología. Máster en Desarrollo Cultural Comunitario. Doctora en Ciencias Sociológicas.
Profesora Titular en el Centro de Estudios de Dirección y Desarrollo Local. Universidad de Granma. Granma-cuba.
Email: dmadridall@udg.co.cu / https://orcid.org/0000-0002-1741-4993
Forma sugerida de citar: Taset-Álvarez, Y., Delgado-Tornés, A. N. y Madrigal-León, D. (2020). Vulnerabilidad y
resiliencia de las cuidadoras familiares en medio de la pandemia de la COVID-19 en el Municipio de Guisa,
Provincia de Granma, República de Cuba. Retos de la Ciencia. 4(9), pp. 1-14.
https://doi.org/10.53877/rc.4.9.20200701.01
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Revista Científica Retos de la Ciencia. 4(9), pp. 1-14
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capaces de adaptarse con éxito a la situación de estrés, además de resistir y superar
la situación para asistir a un familiar dependiente. Esta fortaleza guarda relación con
la cultura y los valores subjetivos, los que realmente determinan su adaptación a las
circunstancias y situaciones de riesgo, y les permite afrontar tales situaciones con
mayor resiliencia y positividad.
Palabras claves: vulnerabilidad, resiliencia, cuidadoras familiares, pandemia
COVID-19.
ABSTRACT
The COVID-19 pandemic has created new coordinates of action and social
research, therefore, today there is a wide interest among social scientists to analyze
some aspects of the crisis that at the social level caused it, therefore, we propose to
argue from a cultural perspective the vulnerability and resilience of family caregivers
in the midst of the COVID-19 pandemic in the Municipality of Guisa, Granma Province,
Republic of Cuba. Family caregivers are considered a vulnerable group, while
sociocultural situations associated with care persist, given the perception they present
of feeling disconcerted, overloaded, trapped and excluded. However, they are able to
successfully adapt to the stressful situation, as well as resist and overcome the
situation to assist a dependent family member. This strength is related to culture and
subjective values, which really determine their adaptation to risky circumstances and
situations and allows them to face such situations with greater resilience and positivity.
Keywords: vulnerability, resilience, family caregivers, COVID-19 pandemic.
INTRODUCCIÓN
El pasado mes de marzo se confirmó el primer caso de infección del SARS-COV2
en Cuba, desde ese momento estamos condicionados por circunstancias que han
modificado prácticas sociales y culturales que envuelven nuestra cotidianidad. En
Cuba el gobierno perfecciona la política para legitimar acciones y sistemas; además
las instituciones científicas producen diversas alternativas para enfrentar el virus, tal
es el resultado de la primera vacuna cubana Soberana-01 que se encuentra en la
segunda etapa de ensayos clínicos y el candidato vacunal Soberana 02 que ha sido
registrado recientemente. La gestión gubernamental del país se despliega con
celeridad e intercambios permanentes desde el nivel central hasta el local, mientras
que, en las instituciones de la salud se trabaja para salvar vidas y la sociedad civil
cubana reacciona con disciplina y percepción del riesgo para cumplir las medidas
higiénicas sanitarias previstas en función del compromiso ético, patriótico y de
identidad cultural ante la pandemia.
Sin embargo, junto a la trasmisión de la pandemia de la COVID-19, en el país se
ha recrudecido el bloqueo económico de los Estados Unidos de Norteamérica, lo cual
profundiza la crisis económica, incidiendo en el déficit de alimentos y medicamentos.
No obstante, los esfuerzos y decisiones del gobierno cubano en el nivel micro, no ha
sido suficiente la atención social diferenciada ante las necesidades de diversos
sujetos y grupos que la requieren, tal es el caso de las cuidadoras familiares.
La COVID-19, cual hecho social conecta acciones desde un extremo a otro de
este planeta, el cual podrá ser valorado en su integralidad, ya en concepto, cuando
su vitalidad se desplace hacia la reflexión y no la vivencia existencial que
experimentamos diariamente. En términos de la historia universal la pandemia de la
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Vulnerabilidad y resiliencia de las cuidadoras familiares
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COVID-19 es un hecho que crea nuevas coordenadas de acción e investigación
social, por ello, hoy existe un amplio interés entre los cientistas sociales para
abordarla crisis que a nivel social ha profundizado, por lo que nos proponemos
argumentar desde una perspectiva cultural la vulnerabilidad y resiliencia de las
cuidadoras familiares en medio de la pandemia de la COVID-19en el contexto
investigado.
DESARROLLO
Con anterioridad a la pandemia se han realizado estudios que permiten
comprender cómo y por qué, diferentes actores sociales están sometidos de modo
dinámico y heterogéneo, a procesos y situaciones que pueden atentar contra la
posibilidad de acceder a mayores niveles de bienestar social, develando que el
envejecimiento ha incrementado de forma acelerada a partir de diversos patrones
económicos y sociales, y por consiguiente enfermedades asociadas a estos.
En Cuba, la responsabilidad de los cuidados recae principalmente en la familia.
La estrategia gubernamental cubana sobre el envejecimiento, la atención y el apoyo
a los cuidadores, parte de que es fundamental proporcionar a estas personas la
educación y formación que le permita hacer bien su trabajo (Benítez, 2016).
Esta realidad impone la necesidad de investigaciones que visibilicen a la
vulnerabilidad de cuidadores familiares. Por lo general, los estudios existentes centran
su mirada en la sobrecarga que trae consigo el acto de cuidar y mo afecta en la
calidad del cuidado que se ofrece al anciano, así como en la caracterización
sociodemográfica de los cuidadores.
En este nuevo contexto de enfrentamiento a la pandemia de la COVID-19,
jerarquizar al cuidador familiar como grupo vulnerable, contribuirá al
redimensionamiento de las políticas sociales y de salud. De acuerdo con la
investigación realizada se obtuvo son las mujeres quienes representan mayoría en
las estadísticas de la localidad. En este sentido y dado que en tiempos de la COVID-
19 los familiares, son los encargados del cuidado se considera el término cuidadora
familiar como la mujer familiar responsable del cuidado del anciano dependiente, que
participa en la toma de decisiones, supervisión y apoyo de las actividades básicas e
instrumentales de la vida diaria del mismo. Convive en su mayoría con el anciano y
no recibe remuneración económica por la labor que realiza, pues se considera su
obligación.
En Cuba, los estudios realizados sobre las cuidadoras familiares destacan el nivel
de sobrecarga y la presencia del estrés; sin embargo, es importante conocer lo que
sienten y piensan, pues están mediadas por una cultura que les conduce a ser un
grupo vulnerable. El factor cultural modula el impacto que puede tener la situación
del cuidado sobre los familiares que atienden a un anciano dependiente. Los patrones
de crianza, las presiones grupales, los estilos de educación, los roles de género son
algunos de los mecanismos a través de los cuales la comunidad en la que se vive
ejerce una influencia sobre el desarrollo de la forma de ser y de actuar de las
cuidadoras.
Existen valores, estereotipos y normas compartidas que influyen sobre lo que se
piensa, se siente y se hace. La mirada de género no solo adquiere significado para
visibilizar la realidad de las mujeres, sino que también resulta válida para comprender
la cultura como eje vertebrador en la expresión de este fenómeno social, en tanto se
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considera que el trasfondo de los esquemas de desigualdad y discriminación de
género es un asunto cultural que permea en todas las prácticas sociales.
Para esta problemática la cultura ofrece un marco de explicación, pues
comprende el proceso de construcción de identidades, la creación y transmisión de
tradiciones, costumbres, valores, normas y la caracterización de las prácticas
culturales que producen y reproducen un sistema de relaciones fuertemente
estructurado en el nivel micro social, en este caso en el contexto comunitario. Es a
partir de la socialización de género y de prácticas culturales, que se aprenden a
entender y valorar los roles construidos, a expresar sus sentimientos, a resolver sus
conflictos dentro de un contexto de oportunidades vividas y de los condicionamientos
socioculturales recibidos (Martínez y Expósito, 2017).
En este sentido en la investigación, se asume lo cultural como eje vertebrador del
proceso de internalización del cuidado, donde la cultura orienta, conduce y decide el
comportamiento de las cuidadoras familiares en un espacio contextual específico,
marcado por posicionamientos de vida que las limitan, obstaculizan, culpabilizan,
determinando la percepción que tienen de la labor que realizan y su estado de
vulnerabilidad.
Se sabe que la vulnerabilidad es uno de los ejes temáticos más controvertidos de
la agenda de las políticas blicas en América Latina (Busso, 2001), por las
implicaciones y responsabilidades de algunos Estados con políticas neoliberales que
han incrementado la pobreza y en el plano del aseguramiento, han desestimado la
atención social a los grupos más vulnerables y socavado la solidaridad a nivel social.
En este sentido el incremento de la vulnerabilidad durante la pandemia de la
COVID-19 está relacionado con el nivel de desarrollo de los contextos afectados, lo
cual depende de las políticas blicas y del grado de la protección, de la reacción
inmediata y de la recuperación básica de las mismas. (Foschiatti, 2010). De manera
que el enfoque social de vulnerabilidad se reconoce a partir del panorama
socioeconómico del momento en que se produce la pandemia. La mayor exposición
de América Latina a las consecuencias de la globalización neoliberal puso de
manifiesto la persistencia de la desigualdad estructural del escenario internacional. Al
interior de las sociedades, los fenómenos de crisis económica y reforma del Estado
junto a esta pandemia aumentan la crisis del empleo formal y el incremento de la
pobreza (González, 2009).
Es por ello que, la vulnerabilidad social es sugerente para explicar las dinámicas
de reproducción de los sistemas de desigualdad y desventajas sociales, y develar las
heterogeneidades que permiten comprender los diversos fenómenos sociales
(González, 2009), lo cual se manifiesta de diversas formas como son los altos niveles
de pobreza, los mercados de trabajo se han debilitado y aumenta el desempleo, la
reducción de ingresos, empobrecimiento de sectores sociales cuya inserción formal
en el mercado de trabajo les había permitido obtener ingresos adecuados, la
expansión asimétrica de los sistemas de educación incrementan el riesgo social, entre
otras.
Cardona (2001), concibe la vulnerabilidad como una condición que se gesta,
acumula y permanece en forma continua en el tiempo, íntimamente ligada a los
aspectos culturales y al nivel de desarrollo de las comunidades. Sin embargo en
varias investigaciones queda invisibilizada la cultura como modo de vida que permite
explicar lo que ocurre en la cotidianidad de la sociedad, y su influencia determinante
en la expresión del estado de la vulnerabilidad social (Perona, Crucella, Rocchi y
Robin (2000), Weller (2009), Perona et al. (2000), que dan cuenta de las
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características de los grupos estudiados, familiares, sus atributos, capacidades,
normas y valores, sistemas simbólicos, las diferencias de género, entre otras.
Se impone la necesidad de realizar una resignificación conceptual que aborde
nuevas formas de comprender la vulnerabilidad en un determinado grupo social,
donde el componente simbólico (sentido y significado) influye decisivamente,
imprimiéndole el matiz individual, único e irrepetible al comportamiento del ser
humano como ente activo, tipificando y cualificando el reflejo interno que presenta del
medio y que configura todo su accionar.
En la literatura científica, los factores que facilitan la adaptación positiva a la
adversidad son conocidos como factores protectores o de resiliencia (Las Hayas,
López de Arroyabe y Calvete, 2015).
Desde un enfoque personal, la Resiliencia es la capacidad del individuo para
superar la adversidad y los autores proponen factores como la independencia,
introspección, capacidad de relacionarse, iniciativa, humor, creatividad y moralidad
(Wolin y Wolin, 1993). Así pues, la resiliencia constituye una característica
multidimensional, integrada por una serie de capacidades específicas, relativas a: la
competencia personal, la tenacidad, la confianza en la propia intuición, la tolerancia a
la adversidad, la aceptación positiva del cambio, el establecimiento de relaciones
seguras, el control, y la espiritualidad. Por supuesto que, la resiliencia posee cierta
complejidad, la cuidadora que asiste a un familiar dependiente se puede apreciar
alterado su funcionamiento, mientras que otras ajustan sus rutinas y no dejan de
sentirse psicológicamente afectadas, pero son capaces de asumir positivamente su
rol de cuidadora.
La resiliencia se asume en este análisis como un factor de mediación en
interacción con el resto de otros factores que intervienen en el proceso, en este caso
del rol del cuidador familiar, considerando su papel como factor de protección en
situaciones de estrés extremo.
Lo anterior significa que existen personas y grupos que, aún sometidas a
elevadísimas demandas, son capaces no sólo de adaptarse con éxito a la situación
de estrés, sino de crecerse y superar la situación para asistir a un familiar
dependiente.
En relación con la realidad de los cuidadores familiares; podría afirmarse la
presencia de una gran fortaleza, ya que el proporcionar los cuidados necesarios a un
familiar con necesidades especiales esto le implica fuerte demanda que va generando
en ellos la habilidad de construir recursos para afrontar las situaciones. Esa fortaleza
guarda relación con la cultura y los valores subjetivos relacionados con sus recursos
internos y su manera de valorar la situación, los que realmente determinan su
adaptación a las circunstancias y situaciones de riesgo, y le permite crecerse con
positividad.
Diversas investigaciones de corte sociológico y/o psicológico sobre el cuidador
familiar (Feldberg et al., 2011; Ruiz y Moya, 2012; Tartaglini y Stefani, 2012; Bejerano,
2012; López, 2013;), muestran diferentes definiciones y perspectivas de análisis. En
todas ellas existe un elemento común, las cuidadoras familiares responden a las
políticas sociales y situación socioeconómica, demográfica y sociocultural de sus
contextos.
Centramos la mirada en la visión de las cuidadoras familiares desde la
perspectiva de género; a partir de los estudios sociológicos quedó explícito que la
mujer es la figura central en el cuidado familiar, por lo que varios investigadores a
nivel internacional colocan en sus agendas una mirada desde el género a la
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problemática del cuidado, fundamentalmente el informal (Bover, 2004, 2006; García,
Mateo y Maroto, 2004; Servicio Andaluz de Salud, 2005; Félix et al., 2012; Redondo,
2012; Flores, Rivas y Seguel, 2012; López, 2013; Gómez, Catalá y Martínez, 2017).
Existe un reconocimiento del insuficiente apoyo a las cuidadoras familiares que
sufren mayormente las consecuencias del cuidado. Es precisamente la situación de
sobrecarga, agudizada por la pandemia de la COVID-19 nuestros contextos, lo que
conlleva a considerarlas doblemente vulnerables, tanto por su grupo etáreo como por
la labor que realizan (Bail y Azzollini 2005; Feldberg et al., 2011; Tartaglini y Stefani,
2012; Bejerano, 2012).
Conceptualizar a las cuidadoras familiares como grupo vulnerable requiere una
contextualización del cuidado, donde la mirada de género, no solo adquiere
significado para visibilizar la realidad de las mujeres, sino que también resulta válida
para comprender la cultura como eje vertebrador en la expresión de este fenómeno
social, en tanto se considera que el trasfondo de los esquemas de desigualdad y
discriminación de género es un asunto cultural que permea en todas las prácticas
sociales (UNFPA, 2006).
Los roles de género asignados tradicionalmente a las mujeres provocan
desigualdad en la distribución de las responsabilidades familiares y domésticas.
Mientras las políticas sociales reconocen que la equidad de género, que se
fundamenta en los derechos humanos, paralelamente la equidad de género se
convierte en una prioridad las agendas de cientistas sociales (UNFPA, 2006; Álvarez,
2010; del PNUD, 2014).
Sin embargo, persisten en determinados contextos preceptos patriarcales que
marcan, pautan comportamientos, la inequidad predomina, donde las mujeres
continúan siendo expuestas a situaciones, tales como el cuidado de familiares
dependientes, que laceran su independencia. Es en este escenario donde la equidad
de género se constituye en un aspecto determinante para disminuir el estado de
vulnerabilidad de las cuidadoras familiares, en tanto su núcleo fundamental está, no
en eliminar las diferencias pues ineludiblemente existen, sino en valorarlas y darles
un tratamiento equivalente para superar las condiciones que mantienen las
desigualdades sociales (Ochoa y Valdez, 2014).
Interpretar la vulnerabilidad en Cuba requiere advertir que es el resultado de las
características intrínsecas de nuestro modelo social. La connotación de cambios
demográficos, socioeconómicos y culturales corroboran su proximidad con los
procesos transformativos propios del contexto regional y de incidencia global (Zabala,
2005; Espina, 2008; Peña, 2014).
El contexto cubano posee características singulares, que permiten advertir el
tratamiento diferenciado a temas como la pobreza, la exclusión y la vulnerabilidad
sociales en las agendas nacionales. Esto se debe a que el modelo de desarrollo
presenta como pilares básicos la promoción del desarrollo social y humano, la
equidad y la justicia social; por lo que sus resultados en términos de desarrollo social,
reducción de la pobreza y promoción de la mujer son indiscutibles (Zabala, 2009).
En las últimas seis décadas las políticas publicas y sociales ha estado en función
para la erradicación de las desigualdades obteniéndose avances significativos en la
salud, para lo cual el Estado expropió todas las instalaciones de salud privadas, las
cooperativas y clínicas, y prohibió el ejercicio privado de la medicina. A la par,
estableció un sistema blico nacional de salud integrado, con atención universal y
gratuita (único en la región) que redujo de modo drástico la brecha entre las
instalaciones, el personal y el nivel de los servicios urbanos y rurales. Aumentó el
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número de hospitales rurales (de 1 a 71), se desarrolló una campaña de inmunización
contra enfermedades trasmisibles, y se entrenó masivamente a médicos y personal
de salud mediante universidades públicas gratuitas y con becas de alojamiento y
alimentación. Se implementó el Programa de dicos de la familia, creado en 1984,
beneficioso respecto al mejor acceso local al primer nivel y a su carácter más
personal. En la educación, se llevó a cabo la campaña de alfabetización y la
universalización del acceso a la escuela primaria, el analfabetismo descendió de 23%
(1953) a 4%, y se redujo notablemente la disparidad urbano-rural. La matrícula en la
secundaria ascendió de 20% a 88% del correspondiente grupo etario, y la de la
educación superior de 3% a 23%. El sistema educativo es enteramente estatal; el
gobierno lo financia, administra, contrata y paga a todo su personal. Los servicios son
gratuitos y se prohíbe la enseñanza privada.
En lo relacionado con la asistencia y seguridad social se cuenta con instrumentos
jurídicos que garantizan y protegen a grupos necesitados: ancianos, discapacitados,
madres solteras, padres dependientes de trabajadores fallecidos, pensionados con
prestaciones bajas y trabajadores sin derecho a pensión; los arrendatarios pobres son
eximidos de pagar 10% sobre su ingreso. Lo cual se mantiene a pesar de la situación
socioeconómica que sobrevino en los años 90, con la caída del campo socialista y el
oportunista recrudecimiento del bloqueo norteamericano, a la par que conmocionó la
economía cubana, empeoró las condiciones de vida de la sociedad.
Sin embargo, la expresión de estos fenómenos está por debajo de la mayoría de
los países de América Latina y el área del Caribe, lo que está condicionado porque el
perfeccionamiento del sistema económico social cubano no ha significado el
desmantelamiento de la política pública de bienestar social y sus redes institucionales,
lo que atenuó el efecto de la precarización de los ingresos familiares y el incremento
del papel de estos, en la satisfacción de las necesidades (Espina, 2008).
El acelerado proceso de envejecimiento demográfico que está experimentando
actualmente la población cubana y su previsible agudización perspectiva en el futuro
inmediato representa un enorme desafío para múltiples sectores y actividades de la
vida económica y social del país (Bayarre, 2017).
Desde el punto de vista epidemiológico, hay un predominio de enfermedades
crónicas y degenerativas, que acompañarán al anciano por el resto de su vida.
También aparecen las discapacidades física y mental, que se incrementan con la
edad. (Llibre, 2012; Benítez, 2016; Rodríguez y Albizu-Campus, 2016).
Indudablemente con la pandemia de la COVID-19 su mayor coste social es el
humano, lo cual implica la necesidad de proteger a cualquier ciudadano, a la familia,
pero sobre todo al adulto enfermo, es una tarea que trae consigo una carga psíquica
y física que coloca a las cuidadoras familiares en una situación de riesgo, provocando
elevados niveles de sobrecarga que influye en su delimitación como grupo vulnerable
(Lara, Díaz, Herrera, y Silveira, 2001; Paleo, 2005; Roca y Blanco, 2007; Araya,
Guzmán y Reyes, 2007, Llibre, 2012; Jocik et al., 2013; Alfonso, 2016; Hidalgo et al.,
2017).
En Cuba existe interés estatal por las cuidadoras familiares de ancianos debido
al progresivo envejecimiento poblacional que se afronta, los gastos asociados y las
afectaciones a la salud que ocasiona el cuidado determinado por la carga física y
psíquica que encierra la labor realizada. Sin embargo, constituyen un grupo poco
visibilizado ya que su estado de vulnerabilidad ha sido poco estudiado, cuando la
mayoría son triplemente vulnerables: pues son cuidadoras familiares principales,
mujeres y adultas mayores y si unimos a esto, que en varios casos se trata de familias
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con una situación socioeconómica precaria, en contextos específicos ruralizados,
marcados por una cultura patriarcal, se elevaría más su condición.
Particularmente en las condiciones de la pandemia de la COVID-19 emerge la
necesidad de realizar estudios en este grupo desde perspectivas diferentes,
concibiéndolo como grupo vulnerable a partir de la delimitación de posicionamientos
culturales que tipifican, guían, conducen su comportamiento, sobre la base del sentido
y significado que tiene para estas cuidadoras la labor que realizan y las características
del contexto donde se encuentran.
De acuerdo con este punto de vista la comunidad se convierte en un elemento
clave, por el conjunto de oportunidades que puede brindar a la cuidadora familiar. De
este modo se posesiona el desarrollo local, como modelo sociocultural alternativo de
desarrollo emergente ante la crisis económica agudizada por la pandemia. El cual se
caracteriza por la prioridad de los factores endógenos, propios de la comunidad, para
la articulación de las acciones de adaptación a las exigencias del contexto (Álvarez,
2008; Pérez, 2010).
Entre los municipios del país más envejecidos se destaca Guisa. Este dato debe
tenerse en cuenta en las prioridades de atención en la provincia Granma, en tanto, es
relevante la fuerza de trabajo en zonas rurales, dedicadas a la producción
agropecuaria, incluso interesa, de forma particular su enclave como uno de los
municipios perteneciente al Plan Turquino, trascendental en lo económico estratégico
para la provincia. Desde esta lectura, se corrobora la importancia de este espacio
para delimitar planes y proyecciones, haciendo hincapié en las poblaciones
vulnerables.
Guisa es un municipio montañoso de la provincia, que posee una población
altamente envejecida. El 19,8% tiene 60 años o más. De acuerdo con el pesquizaje
de investigación realizado en el municipio, se obtiene que las mujeres son quienes
representan un número mayoritario de cuidadoras familiares en las estadísticas de la
localidad.
En la actualidad, estas cuidadoras enfrentan una situación socioeconómica que
aumenta su vulnerabilidad, están inmersas en una realidad social que enfrenta a la
COVID-19 e incide en sus prácticas culturales. La valoración de los datos confirma
que la mujer configura el pilar básico en la atención y cuidado de los adultos mayores.
En esta comunidad el 100% de los cuidadores son del sexo femenino. Aspecto
determinante, pues ser mujer, significa que les han signado axiomas, pautas y
preceptos de viejos patrones y normas la cultura patriarcal, señalizando la figura
femenina como única responsable del cuidado del hogar y de las personas
dependientes.
La edad media de las cuidadoras es 54,1 años, aquí es importante resaltar que el
65,4% se corresponde con la adultez media como etapa del desarrollo, y de estas el
27% se ubican entre los 55 y 59 años de edad. El 30,8% del total de cuidadoras tienen
más de 60 años, o sea, son adultas mayores y solo una cuidadora es joven (3,8%).
Los niveles porcentuales muestran a las cuidadoras triplemente vulnerables con el
paso del tiempo: por ser mujer, por la labor realizada y por la edad, pues la tendencia
es al aumento de cuidadoras ancianas cuidando ancianos.
Se precisa considerar a las cuidadoras como grupo vulnerable, en tanto persisten
situaciones asociadas al cuidado que así lo delimitan, a menudo se acorta su tiempo
libre y las actividades de ocio, su vida social se afecta presentando dificultades en la
esfera familiar y laboral, así como se presentan problemas de salud tanto físicos,
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Vulnerabilidad y resiliencia de las cuidadoras familiares
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emocionales o psicológicos. Siendo así, surge en la cuidadora una carga subjetiva de
sentirse desconcertada, sobrecargada, atrapada y excluida.
En tiempos de la COVID-19 de acuerdo con las circunstancias que envuelven a
las cuidadoras familiares, entre otras, han aparecido enfermedades crónicas no
trasmisibles, especialmente Hipertensión Arterial, lo que guarda relación con el estado
de sobrecarga intensa que presentan. Como se muestra en la tabla se destaca la
presencia frecuente de otras enfermedades psicosomáticas, donde el estrés se
convierte, en la mayoría de los casos, en la causa de su aparición. Los dolores
osteomusculares alcanzan resultados significativos, en tanto son muestra del agobio
físico que sufren por intentar compatibilizar el cuidado y manipulación del enfermo,
con otras responsabilidades del hogar y lo que ha implicado el distanciamiento social.
Figura 1:
Tabla El estado de salud general de las cuidadoras familiares de ancianos con
demencia
Cuidadora
Estado de salud
Enfermedades que padecen
Bueno
Regular
Malo
1
x
Ninguna
2
x
Ninguna
3
x
HTA, dolores osteomusculares
4
x
HTA, dolores osteomusculares, diabetes
5
x
Ninguna
6
x
HTA, cefaleas
7
x
Ansiedad, dolores osteomusculares
8
x
HTA, insomnio
9
x
HTA, fibromialgia
10
x
Dolores osteomusculares
11
x
HTA, cardiopatía
12
x
HTA, depresión
13
x
Ciatalgias frecuentes
14
x
Ansiedad, diabetes
15
x
HTA, diabetes
16
x
HTA, diabetes
17
x
Reuma
18
x
HTA, cardiopatía
19
x
HTA, depresión
20
x
HTA, dolores osteomusculares
21
x
HTA, cardiopatía
22
x
HTA, artrosis
23
x
HTA, cardiopatía, diabetes
24
x
HTA, dolores osteomusculares
25
x
HTA descompensada
26
x
Hipertiroidismo
Fuente: Datos obtenidos del trabajo de campo.
Se evidencia que si bien las alteraciones en la salud mental de estas cuidadoras
están condicionadas por la percepción de sobrecarga, vale destacar que el estrés, la
depresión, la ansiedad que muestran, están determinadas además, por ese conjunto
de normas, creencias, estereotipos que definen posicionamientos de vida que, a su
vez, las obstaculizan, limitan, restringen, culpabilizan, en tanto asumen posturas de
resignación que a la larga laceran sus proyecciones futuras y van en contra de lo que
realmente desearían, en una lucha constante entre el querer ser y el deber ser.
La pandemia de la COVID-19, refleja la insuficiente atención del sistema
protección social y la respuesta estatal de atención a las cuidadoras familiares, lo
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cual, presupone la necesidad de que en la política pública social se explicite su
atención por parte de los gobiernos y las intendencias municipales.
CONCLUSIONES
La vulnerabilidad de las cuidadoras familiares en la comunidad estudiada está
pautada por posicionamientos de vida que las limitan colocándolas en situaciones de
riesgo y desigualdad en el proceso de la pandemia.
Durante estos siete meses de la Covid-19, el rol de la cuidadora familiar ha sido
una labor demandante, que produjo un doble cambio en las mismas; de un lado la
crisis objetiva que impone dificultades económicas y el desabastecimiento de
productos para la alimentación y los medicamentos, y del otro, la crítica subjetiva que
implica el esfuerzo por comprender esa pandemia como algo terrible y desconocido,
acompañado del imperativo de tener que decidir y juzgar qué hacer dado lo que
implica su responsabilidad en el cuidado de sus familiares
Los posicionamientos culturales que asumen las cuidadoras familiares
transversalizan los componentes de la vulnerabilidad, convirtiéndose en el eje
vertebrador del proceso del cuidado, donde la cultura orienta, conduce y determina el
comportamiento de estas.
El significado del cuidado en el contexto estudiado está mediado por
construcciones culturales patriarcales que designan a las mujeres como principales
responsables del cuidado, asumiéndose posturas de resignación y adaptación frente
a lo social y culturalmente determinado.
Las cuidadoras familiares han demostrado ser resilientes, poseen capacidad para
no solo enfrentar el estrés derivado del hecho de cuidar en medio de una pandemia,
sino que sienten satisfacción con esa entrega sin límites al cuidado del familiar.
En el municipio de Guisa, como en todo el país existen políticas públicas y un
sistema de seguridad social que ofrece seguridad a las cuidadoras familiares. Sin
embargo, esta situación epidemiológica coexiste con un contexto de envejecimiento
demográfico y la necesidad de fortalecer el servicio social a este grupo vulnerable,
por lo que se requiere una revisión de estas políticas y programas, para que se ajusten
a las necesidades y características de las cuidadoras, una población, que, por su nivel
de vulnerabilidad, requiere atención priorizada.
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